Y CUANDO LLEGO LA OCTAVA NOCHE
Schehrazada dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el joven encantado dijo al rey:
"Al herir al negro para cortarle la cabeza, corté efectivamente su piel y su carne, y creí que lo había matado, porque lanzó un estertor horrible. Y a partir de ese momento, nada sé sobre lo que ocurrió. Pero al día siguiente, vi que la hija de mi tío se había cortado el pelo y se había vestido de luto. Después me dijo: "¡Oh hijo de mi tío! No censures lo que hago, porque acabo de saber que se ha muerto mi madre, que a mi padre lo han matado en la guerra santa, que uno de mis hermanos ha fallecido de picadura de escorpión y que el otro ha quedado enterrado bajo las ruinas de un edificio; de modo que tengo motivos para llorar y afligirme". Fingiendo que la creía, le dije: "Haz lo que creas conveniente, pues no he de prohibírtelo". Y permaneció encerrada con su luto, con sus lágrimas y sus accesos de dolor durante todo un año, desde su comienzo hasta el otro comienzo.
Y transcurrido el año, me dijo: "Deseo construir para mí una tumba en este palacio; allí podré aislarme con mi soledad y mis lágrimas, y la llamaré la Casa de los Duelos". Yo le dije: "Haz lo que tengas por conveniente". Y se mandó construir esta Casa de los Duelos, coronada por una cúpula, y conteniendo un subterráneo como una tumba. Después transportó allí al negro, que no había muerto, pues sólo había quedado muy enfermo y muy débil, aunque en realidad ya no le podía servir de nada a la hija de mi tío. Pero esto no le impedía estar bebiendo a todas horas vino y buza. Y desde el día en que le herí no podía hablar y seguía viviendo, pues no le había llegado todavía su hora.
Ella iba a verlo todos los días, entrando en la cúpula, y sentía a su lado accesos de llanto y de locura, y le daba bebidas y condimentos. Así hizo, por la mañana y por la noche, durante todo otro año. Yo tuve paciencia durante este tiempo; pero un día, entrando de improviso en su habitación, la oí llorar y arañarse la cara y decir amargamente estos versos:
¡Partiste, ¡oh muy amado mío! y he abandonado a los hombres y vivo en la soledad, porque mi corazón no puede amar nada desde que partiste, ¡oh muy amado mío!
¡Si vuelves a pasar cerca de tu muy amada, recoge por favor sus despojos mortales, en recuerdo de su vida terrena, y dales el reposo en la tumba donde tú quieras, pero cerca de ti, si vuelves a pasar cerca de tu muy amada!
¡Que tu voz se acuerde de mi nombre de otro tiempo para hablarme en la tumba! ¡Oh, pero en mi tumba sólo oirás el triste sonido de mis huesos al chocar unos con otros!
Cuando hubo terminado su lamentación, desenvainé la espada, y le dije: "¡Oh traidora! sólo hablan así las infames que reniegan de sus amores y pisotean el cariño". Y levantando el brazo, me disponía a herirla, cuando ella, descubriendo entonces que había sido yo quien hirió al negro, se puso de pie, pronunciando unas palabras misteriosas, y dijo: "Por la virtud de mi magia, que Alah te convierta mitad piedra y mitad hombre". E inmediatamente, señor, quedé como me ves. Y ya no puedo valerme ni hacer un movimiento, de suerte que no estoy ni muerto ni vivo. Después de ponerme en tal estado, encantó las cuatro islas de mi reino, convirtiéndolas en montañas, con ese lago en medio de ellas, y a mis súbditos los transformó en peces. Pero hay más. Todos los días me tortura azotándome con una correa, dándome cien latigazos, hasta que me hace sangrar. Y después me pone sobre las carnes una camisa de crin, cubriéndola con la ropa".
El joven se echó entonces a llorar y recitó estos versos:
¡Aguardando tu sentencia y tu justicia, ¡oh mi señor! sufro pacientemente, pues tal es tu voluntad!
¡Pero me ahogan mis desgracias! ¡Y sólo puedo recurrir a ti, ¡oh, Señor! ¡oh Alah, adorado por nuestro bendito Profeta!
El rey dijo entonces al joven: "Has añadido una pena a mis penas; pero dime, ¿dónde está esa mujer?" Y respondió el mancebo: "En la tumba, donde está el negro, debajo de la cúpula. Todos los
días viene a esta habitación, me desnuda, y me da cien latigazos, y yo lloro y grito, sin poder hacer un movimiento para defenderme. Después de martirizarme, se va junto al negro, llevándole vinos y licores hervidos". Entonces exclamó el rey: "¡Oh excelente joven! ¡Por Alah ! voy a hacerte un favor tan memorable, que después de mi muerte pasará al dominio de la Historia". Y ya no añadió más, y siguió la conversación hasta que se acercó la noche. Después se levantó el rey y aguardó que llegase la hora nocturna de las brujas. Entonces se desnudó, volvió a ceñirse la espada, y se fué hacia el sitio donde se encontraba el negro. Había allí velas y farolillos colgados, y también perfumes, incienso y distintas pomadas. Se fué derechamente al negro, le hirió, le atravesó y le hizo vomitar el alma. En seguida se lo echó a los hombros y lo arrojó al fondo de un pozo que había en el jardín. Después volvió a la cúpula, se vistó con las ropas del negro, y se paseó durante un instante, a todo lo largo del subterráneo, tremolando en su mano la espada completamente desnuda.
Transcurrida una hora, la desvergonzada bruja llegó a la habitación del joven. Apenas hubo entrado, desnudó al hijo de su tío, cogió el látigo y empezó a pegarle. Entonces él gritaba: "¡No me hagas sufrir más! ¡Bastante terrible es mi desgracia! ¡Ten piedad de mi". Ella respondió: "¿La tuviste de mí? ¿Respetaste a mi amante? Así, pues, ¡toma, toma!". Después le puso la túnica de crin, colocándole la otra ropa por encima, e inmediatamente marchó al aposento del negro, llevándose la copa de vino y la taza de plantas hervidas. Y al entrar debajo de la cúpula, se puso a llorar e imploró: "¡0h, dueño mío, háblame, hazme oír tu voz!". Y recitó dolorosamente estos versos:
¡Oh, corazón mío! ¿ha de durar mucho esta separación tan angustiosa? ¡El amor con que me traspasaste es un tormento que supera mis fuerzas!
¡Hasta cuándo seguirás huyendo de mí! ¡Si sólo querías mi dolor y mi amargura, ya serás feliz, pues bien se han cumplido tus deseos!
Después rompió en sollozos y volvió a implorar: "¡Oh dueño mío! Háblame, que yo te oiga". Entonces el supuesto negro torció la lengua y empezó a imitar el habla de los negros: "¡No hay fuerza ni poder sin la ayuda de Alah!" La bruja, al oír hablar al negro, después de tanto tiempo, dió un grito de júbilo y cayó desvanecida, pero pronto volvió en sí, y dijo: "¿Es que mi dueño está curado?" Entonces el rey, fingiendo la voz y haciéndola muy débil, dijo: "¡Oh miserable libertina! No mereces que te hable". Y ella dijo: "¿Pero por qué?" Y él contestó: "Porque siempre estás castigando a tu marido, y él da voces, y esto me quita el sueño toda la noche hasta la mañana. De otro modo ya habría yo recobrado las fuerzas. Eso precisamente me impide contestarte". Y ella dijo: "Pues ya que tú me lo mandas, lo libraré del estado en que se encuentra". Y él contestó: "Sí, líbralo y recobraremos la tranquilidad". Y dijo la bruja: "Escucho y obedezco". Después salió de la cúpula, marchó al palacio, cogió una taza de cobre llena de agua, pronunció unas palabras mágicas, y el agua empezó a hervir, como hierve en la marmita. Entonces echó un poco de esta agua al joven y dijo: "¡Por la fuerza de mi conjuro, te mando que salgas de esa forma y recuperes la primitiva!" Y el joven se sacudió todo él, se puso de pie, y exclamó muy dichoso al verse libre: "¡No hay más Dios que Alah, y Mohamed es el Profeta de Alah! ¡Sean con El la bendición y la paz de Alah!" Y ella dijo: "¡Vete, y no vuelvas por aquí porque te mataré!". Y se lo gritó en la cara. Entonces el joven se fue de entre sus manos. Y he aquí todo lo referente a él.
En cuanto ala bruja, volvió en seguida a la cúpula, descendió al subterráneo y dijo: "¡Oh dueño mío! levántate, que te vea yo". Y el rey contestó muy débilmente: "Aun no has hecho nada. Queda otra cosa para que recobre la tranquilidad. No has suprimido la causa principal de mis males". Y ella dijo: "¡Oh amado mío! ¿cuál es esa causa principal?" Y el rey contestó: Esos peces del lago, los habitantes de la antigua ciudad y de las cuatro islas, no dejan de sacar la cabeza del agua a medianoche, para lanzar imprecaciones contra ti y contra mí. Y este es el motivo de que no recobre yo las fuerzas. Libértalos, pues. Entonces podrás venir a darme la mano y ayudarme a levantar, porque seguramente habré vuelto a la salud".
Cuando la bruja oyó estas palabras, que creía del negro, exclamó muy alegre: "¡Oh, dueño mío! pongo tu voluntad sobre mi cabeza, y sobre mis ojos". E invocando el nombre de Bismillah, se levantó muy dichosa, echó a correr, llegó al lago, cogió un poco de agua y...
En ese momento de la narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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