PERO CUANDO LLEGO LA 51ª NOCHE
Ella dijo:
Vieron relucir a lo lejos las mezquitas gloriosas de la ciudad de paz. Y Scharkán rogó a la reina Abriza y a sus compañeras que se quitaran las armaduras y las cambiaran por sus vestidos femeninos. Y así lo hicieron. Después mandó que se adelantaran algunos de sus soldados y anunciasen a su padre Omar Al-Nemán su llegada y la de la reina Abriza a fin de que saliese a recibirles una digna comitiva. Cuando anocheció echaron pie a tierra, se armaron las tiendas, y durmieron hasta por la mañana.
Y al nacer el día, el príncipe Scharkán y sus jinetes, y la reina Abriza y sus amazonas, volvieron a montar en sus corceles, y tomaron el camino de la ciudad. Y he aquí que salió de la población, yendo a su
encuentro, el gran visir Dandán con un acompañamiento de mil jinetes; y se acercó a la joven reina y al valeroso Scharkán, y besó la tierra entre sus manos, y después todos juntos entraron en la ciudad. ,
Y Scharkán fué el primero en subir al palacio. Y el rey Omar Al-Nemán se levantó para ir a su encuentro, le abrazó y le pidió noticias. Y Scharkán le contó toda su historia con la hija del rey Hardobios de Kaissaria, y la perfidia del rey de Constantinia, y su resentimiento por causa de la esclava Safía, que era la misma hija del rey Afridonios, y le contó también la hospitalidad y los buenos consejos de Abriza, y su última hazaña, con todas sus cualidades de valor y belleza.
Cuando el rey Omar Al-Nemán oyó estas últimas palabras, sintió gran deseo de ver a la joven maravillosa, y todo su ser se encendió al oír estos detalles. Y pensó en las delicias de sentir en su cama la solidez y la esbeltez armoniosa de un cuerpo de doncella tan aguerrida, virgen de varón, y tan amada por sus compañeras de guerra.
Y tampoco desdeñó a estas mismas amazonas, cuyos rostros, bajo los trajes guerreros eran los de un niño de mejillas frescas, sin asomo de pelo ni bozo. Por que el rey Omar Al-Nemán era un anciano admirable, de músculos más ejercitados que los de los jóvenes. Y no temía las luchas de la virilidad, y salía siempre victorioso de entre los brazos de sus mujeres más ardientes.
Pero como Scharkán no podía figurarse que su padre tuviera sus miras respecto a la joven reina, se apresuró a ir a buscarla y se la presentó. Y el rey estaba sentado en su trono, y había despedido a sus
chambelanes y a todos sus esclavos, excepto a los eunucos. Y la joven Abriza llegó hasta él, besó la tierra entre sus manos, y le habló con un lenguaje de una pureza y elegancia deliciosas. De modo que el rey Omar Al-Nemán llegó al límite del asombro, le dió gracias, la glorificó por cuanto había hecho con su hijo el príncipe Scharkán, y la invitó a sentarse. Y Abriza, entonces, se sentó, y se quitó el velillo que le cubría la cara, y ¡aquello fué un deslumbramiento! Pero tan gran deslumbramiento, que el rey Omar Al-Nemán estuvo a punto de perder la razón. Y en seguida mandó que preparasen para ella y sus compañeras el más suntuoso aposento, y le señaló un tren de casa digno de su categoría. Y entonces fué cuando la interrogó respecto a las tres gemas preciosas llenas de virtudes.
Y Abriza le dijo: "Esas tres gemas maravillosas, ¡oh rey del tiempo! las tengo yo, pues no me separo nunca de ellas. ¡Y voy a enseñártelas!"
Mandó traer una caja, y sacó de ella un cofrecillo, y de él un estuche de oro cincelado. Y al abrirlo aparecieron las tres gemas, radiantes, blancas y exquisitas. Y Abriza las cogió, se las llevó a los labios
una tras otra, y se las ofreció al rey Omar Al-Nemán como regalo por la hospitalidad que le concedía. Y hecho esto, salió.
Y el rey Omar Al-Nemán comprendió que el corazón se le iba con ella. Pero como las gemas estaban allí, brillando, mandó llamar a su hijo Scharkán y le hizo presente de una de ellas. Y Scharkán le preguntó qué iba a hacer con las otras dos gemas, y el rey le dijo: "Se las voy a dar, una a tu hermana la niña Nozhatú, y la segunda a tu hermanito Daul'makán".
Al oír estas palabras que le hablaban de su hermano Daul'makán, cuya existencia ignoraba por completo, quedó Scharkán desagradablemente sorprendido, pues sólo sabía el nacimiento de Nozhatú. Y volviéndose hacia el rey Omar Al-Nemán, le dijo: "¡Oh padre! ¿tienes otro hijo que no sea yo?" Y contestó el rey: "Ciertamente; un hermano gemelo de Nozhatú, que tiene seis años, hijos ambos de mi esclava Safía, hija del rey de Constantinia".
Entonces Scharkán, trastornado por aquella noticia, apretó las manos y se estrujó la ropa a causa del despecho, pero de todos modos se detuvo. Y exclamó: "¡Ojalá estén ambos bajo la protección de Alah el Altísimo!"
Y su padre que había notado su agitación y su despecho, le dijo: "¡Oh hijo mío! ¿Por qué te pones
así? ¿No sabes que la sucesión del trono te ha de corresponder a ti solo cuando yo muera? ¿No te he dado, en primer lugar, la más bella de las tres gemas, llena de maravillas?"
Pero Scharkán no se sintió en disposición de contestarle, y no queriendo contrariar ni apenar a su padre, salió del salón del trono con la cabeza baja. Y se dirigió hacia el aposento de Abriza; y Abriza se levantó en seguida para recibirle, y le dió las gracias por lo que había hecho por ella, y le rogó que se sentara a su lado. Después, al verle entristecido y con cara sombría, le dirigió tiernas preguntas. Y Scharkán le contó el motivo de su pena, y añadió: "Pero lo que más me preocupa, ¡oh Abriza! es que he sorprendido en mi padre intenciones nada dudosas respecto a ti, y he visto que sus ojos se encendían con el deseo de poseerte.
¿Qué dices a eso?" Y ella contestó: "¡Puedes tranquilizar tu alma, ¡oh Scharkán! pues tu padre no me poseerá como no sea muerta! ¿No le bastan sus trescientas sesenta mujeres y aun todas las otras, cuando así codicia mi virginidad, que no es para sus dientes? ¡Vive tranquilo, oh Scharkán y no te preocupes!"
Después mandó traer comida y licores, y ambos comieron y bebieron. Y Scharkán, que seguía con el alma apenada, marchó a su casa para dormir aquella noche. Esto en cuanto a Scharkán.
Pero en cuanto al rey Omar Al-Nemán, apenas salió Scharkán, se fué en busca de su esclava Safía, llevando en la mano las dos gemas preciosas, colgadas cada una de una cadena de oro. Y al verle entrar, Safía se puso de pie, y no se sentó hasta que se hubo sentado el rey. Y entonces se le acercaron los dos niños, Nozhatú y Daul'makán. Y el rey los besó, y les colgó al cuello a cada uno una de las preciosas gemas. Y los dos niños se alegraron mucho; y su madre deseó al rey prosperidades y dichas. Entonces el rey le dijo: "¡Oh Safía! eres la hija del rey Afridonios de Constantinia, y nunca me lo has dicho. ¿Por qué me lo has ocultado? Así no he podido tenerte las consideraciones debidas a tu categoría y realzarte en estimación y en honor!"
Y Safía le dijo: "¡Oh rey generoso! ¿y qué más podía anhelar después de cuanto te debo? ¡Me has colmado de dones y de favores, me has hecho madre de dos niños hermosos como la luna!"
Entonces el rey Omar Al-Nemán quedó encantadísimo de aquella respuesta, que encontró delicada y deliciosa, y llena de buen gusto y de cortesía. Y mandó dar a Safía un palacio mucho más bello que el primero, y aumentó considerablemente el tren de su casa y su consignación para gastos. Después volvió a su palacio para juzgar, y nombrar, y destituir, según costumbre.
Pero seguía con el espíritu y el corazón muy atormentados con el recuerdo de la joven reina Abriza. Así es que pasaba las noches en su aposento hablando con ella y dirigiéndole indirectas. Pero Abriza le daba siempre la misma contestación. "¡Oh rey del tiempo! no me inspiran deseos los hombres". Y esto contribuía a excitar y atormentar más al rey, que acabó por ponerse enfermo. Entonces mandó llamar a su visir Dandán, y le descubrió todo el amor que sentía su corazón por la admirable Abriza, el ningún resultado obtenido y su desesperanza de llegar a poseerla.
Cuando el visir oyó estas palabras, le dijo al rey: "He aquí mi plan: a la caída de la noche, coge un puñado de banj, narcótico seguro, e irás a buscar a Abriza. Y comenzarás a beber con ella, y le deslizarás en la copa unos terrones de banj. Y en cuanto caiga en la cama, serás su dueño; y podrás hacer con ella todo lo que te parezca a propósito para satisfacer tu deseo y calmar tus ardores. Y esta es mi idea". Y el rey contestó: "Verdad es que tu consejo es excelente, y el único realizable".
Entonces se levantó, y fué a uno de sus armarios; y sacó un puñado de banj tan puro y tan fuerte, que sólo el olor habría hecho dormir un año entero a un elefante. Se lo guardó en el bolsillo y esperó que llegase la noche. Entonces fué a buscar a la reina Abriza, que se levantó para recibirle, y no se sentó hasta que se sentó el rey y le dió permiso. Y se puso a comer con ella, y expresó el deseo de beber, y en seguida mandó ella traer bebidas en grandes copas de oro y cristal, y todos los accesorios, como frutas, almendras, avellanas, alfónsigos y lo demás.
Y ambos se pusieron a beber, hasta que la embriaguez empezó a perturbar la cabeza de Abriza. Al verlo, sacó el rey los terrones de banj y se los escondió en la mano. Después llenó una copa, se bebió la mitad, deslizó en ella el narcótico discretamente, y se la ofreció a la joven.
Y le dijo: "¡Oh regia joven! toma esta copa y bebe esta bebida de mi deseo". Y la reina Abriza, inconsciente, se la bebió risueña, y en seguida el mundo empezó a girar delante de sus ojos; y no tuvo tiempo más que para arrastrarse hasta su lecho, en que cayó pesadamente de espaldas, extendidos los brazos y separadas las piernas. Y dos grandes candelabros estaban colocados uno a la cabecera y otro a los pies de la cama.
Entonces el rey Omar Al-Nemán se aproximó a Abriza, y empezó por desatar los cordones de seda de su ancho pantalón, y no le dejó encima de la piel más que la fina camisa. Levantó el pañal de la camisa, y apareció debajo, entre los muslos, bien alumbrado por la luz de los candelabros, algo que le arrebató el espíritu y la razón. Pero tuvo fuerzas para reprimirse y quitarse también el ropón y los calzones. Y entonces pudo dejarse llevar libremente del extremado ardor que le impulsaba. Y echándose sobre aquel cuerpo juvenil, lo cubrió completamente. Pero ¡quién sabría medir todo lo que pasó entonces!
Y he aquí cómo desapareció y cómo se borró la virginidad de la joven reina Abriza.
Y el rey Omar Al-Nemán, apenas hizo aquello, se levantó y se fué a la habitación contigua en busca de la esclava preferida de Abriza, la fiel Grano de Coral, y le dijo: "¡Corre al aposento de tu ama, que te necesita!" Y Grano de Coral se apresuró a entrar en el aposento de su señora, y la encontró tendida y estropeada, con la camisa levantada, los muslos teñidos en sangre y la cara muy pálida. Y Grano de Coral comprendió que era muy urgente cuidarla. Y en seguida cogió un pañuelo, con el cual limpió delicadamente la cosa más honorable de su ama. Después cogió otro pañuelo, y le secó cuidadosamente el vientre y los muslos. En seguida le lavó la cara, las manos y los pies, y la roció con agua de rosas, y le lavó los labios y la boca con agua de azahar.
Entonces la reina Abriza abrió los ojos, y en seguida se incorporó. Y viendo a su esclava Grano de Coral, le dijo: "¡Grano de Coral! ¿qué me ha sucedido? He aquí que me siento desfallecer." Y Grano de Coral no pudo hacer más que contarle el estado en que la había encontrado, tendida de espaldas y filtrándosele la sangre por entre los muslos. Y Abriza comprendió entonces que el rey Omar Al-Nemán había satisfecho en ella sus deseos y que había consumado en ella la cosa irreparable. Y tan grande fué su dolor, que mandó a Grano de Coral que negase a todo el mundo la entrada en su aposento. Y le
encargó que cuando el rey Omar Al-Nemán fuese a visitarle, le dijese: "Mi ama está enferma y no puede recibir a nadie".
Y en cuanto lo supo el rey Omar Al-Nemán, empezó a enviarle todos los días esclavos cargados con grandes bandejas llenas de manjares y bebidas, y terrinas con frutas y confitería, y también tazones de porcelana con crema y dulces. Pero ella seguía encerrada en su aposento, hasta que un día notó que le crecía el vientre, que se dilataba su cintura y que seguramente estaba preñada. Entonces aumentó su desesperación y se oscureció el mundo ante sus ojos. Y no quiso escuchar a Grano de Coral, que intentaba consolarla. Después le dijo: "¡Oh Grano de Coral! yo sola tengo la culpa de verme en este estado, pues no obré bien al dejar a mi padre, a mi madre y a mi reino. ¡Y he aquí que ahora siento asco de mí misma y de la vida! ¡Y se ha desvanecido mi valor y se ha acabado mi fuerza!
Con mi virginidad he perdido toda mi energía, pues mi preñez me incapacita para resistir el choque de un niño. ¡Y ni siquiera podría llevar las riendas de mi corcel, yo que antes me sentía llena de entusiasmo y de vigor! ¿Y qué haré ahora? Si llego a parir en palacio, seré motivo de irrisión para todas las musulmanas, que sabrán cómo he perdido mi virginidad. Y si vuelvo a casa de mi padre, ¿con qué cara me atreveré a mirarle? ¡Oh! ¡Cuán verdaderas son estas palabras del poeta!
¡Amigo! ¡Sabe muy bien que en la desgracia no encontrarás ya ni parientes, ni patria, ni casa que te brinde hospitalidad!
Entonces Grano de Coral le dijo: "¡Oh dueña mía! soy tu esclava, y estoy completamente bajo tu obediencia. ¡Mándame!" Y la reina respondió: "Entonces, ¡oh Grano de Coral! escucha bien lo que voy
a decirte. Es absolutamente necesario que yo salga de aquí sin que nadie se entere. Quiero volver, a pesar de todo, a casa de mi padre y de mi madre, porque si el cadáver llega a oler, lo han de aguantar los suyos. Y yo no soy más que un cuerpo sin vida.
Y después de esto sucederá lo que el Señor disponga". Y Grano de Coral contestó: "¡Oh reina! tu plan es el mejor de todos los planes". Y desde aquel momento se dedicaron secretamente a los preparativos de la marcha. Y hubieron de esperar ocasión favorable, que se presentó pronto, y fué la marcha del rey para la caza y la salida de Scharkán para las fronteras del imperio, en donde tenía que inspeccionar las fortalezas. Pero durante este retraso, se aproximaba el día del parto, y Abriza dijo a Grano de Coral: "¡Es indispensable que partamos esta misma noche! Nada podemos hacer contra el Destino, que me ha marcado en la frente y que ha señalado mi parto para dentro de tres o cuatro días. Vámonos, pues todo lo prefiero a parir en este palacio. Y has de buscar un hombre que se avenga a acompañarnos en este viaje, pues yo no tengo fuerzas ni para sostener el arma más ligera".
Y Grano de Coral contestó: "¡Oh ama mía! Sólo sé de un hombre capaz de acompañarnos y defendernos, y es el negro Moroso, uno de los esclavos más corpulentos del rey Omar Al-Nemán. Le he hecho muchos favores, y además me ha dicho que en otros tiempos fué bandolero y salteador de caminos. Y como es el guardián de la puerta de palacio, iré a buscarle, le daré oro, y le diré que en cuanto lleguemos a nuestro país le proporcionaremos una buena boda con la griega más linda de Kaissaria".
Entonces Abriza exclamó: "¡Oh Grano de Coral! tráemelo aquí, pero no le digas nada, que yo misma le hablaré".
En seguida Grano de Coral fué en busca del negro, y le dijo: "¡Oh Moroso! he aquí que ha llegado el día de tu suerte. Y para eso te bastará hacer todo lo que te pida mi ama. ¡Ven, pues!" Y cogiéndole de la mano; lo guió a la habitación de la reina Abriza.
Y el negro Moroso, apenas vió a la reina, se adelantó y besó la tierra entre sus manos. Y ella notó que lo rechazaba su corazón y que su aspecto le desagradaba grandemente. Pero dijo para sí: "¡La necesidad hace ley!"
Y a pesar de todo el horror que sentía, le habló de este modo: "¡Oh Moroso! ¿eres capaz de ayudarnos en las contrariedades del tiempo y de auxiliarnos en nuestros infortunios? Si te revelara mi secreto, ¿serías bastante prudente para no divulgarlo?"
Y el negro Moroso, que al ver a Abriza había sentido inflamarse su corazón, dijo: "¡Oh mi señora! haré todo lo que me mandes". Y Abriza dispuso: "En ese caso, te pido que nos prepares en seguida dos
caballos para nosotras y dos mulas para llevar nuestro equipaje. Y que nos hagas salir de aquí a mí y a esta esclava, Grano de Coral. Y te prometo que en cuanto lleguemos a mi país te casaré con la griega más hermosa que tú elijas. Y te colmaremos de oro y riquezas. Y si deseas volver a tu tierra, te mandaremos, colmado de dones y beneficios".
Al oír el negro estas palabras, se dilató su pecho de un modo considerable, y exclamó: "¡Oh ama mía! os serviré con mis dos ojos. ¡Voy a preparar las cabalgaduras y todo lo que haga falta!" Y salió en seguida. Y el negro pensaba: "¡Qué suerte la mía! ¡Voy a gozar y a deleitarme con la carne de esas dos lunas! ¡Y si alguna me rechazara, la mataré! ¡Y les robaré todas sus riquezas!" Y resuelto a obrar de este modo, hizo todos los preparativos necesarios. Y a pesar del estado de la reina Abriza, los tres pudieron salir sin que los vieran.
Pero la reina Abriza, que ya padecía los dolores del parto, se vió obligada a interrumpir el viaje al cuarto día. Y como no pudiese aguantar más, dijo al negro: "¡Oh Moroso! ayúdame a apearme, porque mis dolores me anuncian que esto ya llega al fin". Y dijo a Grano de Coral: "¡Oh Grano de Coral! bájate del caballo y ven a ayudarme".
Pero cuando los tres se hubieron apeado, el negro Moroso, al ver los encantos de la reina, llegó al límite de la excitación, y su herramienta se enderezó terriblemente, y le levantaba el ropón. Entonces, como ya no pudiese sujetarle, la sacó al aire y se acercó a la joven, que estuvo a punto de desmayarse de indignación y de horror. Y le dijo: "¡Oh señora mía! por favor, déjame poseerte".
En este momento Schehrazada vió aparecer la mañana y, discreta como siempre, dejó la continuación del relato para el otro día.
Ella dijo:
Vieron relucir a lo lejos las mezquitas gloriosas de la ciudad de paz. Y Scharkán rogó a la reina Abriza y a sus compañeras que se quitaran las armaduras y las cambiaran por sus vestidos femeninos. Y así lo hicieron. Después mandó que se adelantaran algunos de sus soldados y anunciasen a su padre Omar Al-Nemán su llegada y la de la reina Abriza a fin de que saliese a recibirles una digna comitiva. Cuando anocheció echaron pie a tierra, se armaron las tiendas, y durmieron hasta por la mañana.
Y al nacer el día, el príncipe Scharkán y sus jinetes, y la reina Abriza y sus amazonas, volvieron a montar en sus corceles, y tomaron el camino de la ciudad. Y he aquí que salió de la población, yendo a su
encuentro, el gran visir Dandán con un acompañamiento de mil jinetes; y se acercó a la joven reina y al valeroso Scharkán, y besó la tierra entre sus manos, y después todos juntos entraron en la ciudad. ,
Y Scharkán fué el primero en subir al palacio. Y el rey Omar Al-Nemán se levantó para ir a su encuentro, le abrazó y le pidió noticias. Y Scharkán le contó toda su historia con la hija del rey Hardobios de Kaissaria, y la perfidia del rey de Constantinia, y su resentimiento por causa de la esclava Safía, que era la misma hija del rey Afridonios, y le contó también la hospitalidad y los buenos consejos de Abriza, y su última hazaña, con todas sus cualidades de valor y belleza.
Cuando el rey Omar Al-Nemán oyó estas últimas palabras, sintió gran deseo de ver a la joven maravillosa, y todo su ser se encendió al oír estos detalles. Y pensó en las delicias de sentir en su cama la solidez y la esbeltez armoniosa de un cuerpo de doncella tan aguerrida, virgen de varón, y tan amada por sus compañeras de guerra.
Y tampoco desdeñó a estas mismas amazonas, cuyos rostros, bajo los trajes guerreros eran los de un niño de mejillas frescas, sin asomo de pelo ni bozo. Por que el rey Omar Al-Nemán era un anciano admirable, de músculos más ejercitados que los de los jóvenes. Y no temía las luchas de la virilidad, y salía siempre victorioso de entre los brazos de sus mujeres más ardientes.
Pero como Scharkán no podía figurarse que su padre tuviera sus miras respecto a la joven reina, se apresuró a ir a buscarla y se la presentó. Y el rey estaba sentado en su trono, y había despedido a sus
chambelanes y a todos sus esclavos, excepto a los eunucos. Y la joven Abriza llegó hasta él, besó la tierra entre sus manos, y le habló con un lenguaje de una pureza y elegancia deliciosas. De modo que el rey Omar Al-Nemán llegó al límite del asombro, le dió gracias, la glorificó por cuanto había hecho con su hijo el príncipe Scharkán, y la invitó a sentarse. Y Abriza, entonces, se sentó, y se quitó el velillo que le cubría la cara, y ¡aquello fué un deslumbramiento! Pero tan gran deslumbramiento, que el rey Omar Al-Nemán estuvo a punto de perder la razón. Y en seguida mandó que preparasen para ella y sus compañeras el más suntuoso aposento, y le señaló un tren de casa digno de su categoría. Y entonces fué cuando la interrogó respecto a las tres gemas preciosas llenas de virtudes.
Y Abriza le dijo: "Esas tres gemas maravillosas, ¡oh rey del tiempo! las tengo yo, pues no me separo nunca de ellas. ¡Y voy a enseñártelas!"
Mandó traer una caja, y sacó de ella un cofrecillo, y de él un estuche de oro cincelado. Y al abrirlo aparecieron las tres gemas, radiantes, blancas y exquisitas. Y Abriza las cogió, se las llevó a los labios
una tras otra, y se las ofreció al rey Omar Al-Nemán como regalo por la hospitalidad que le concedía. Y hecho esto, salió.
Y el rey Omar Al-Nemán comprendió que el corazón se le iba con ella. Pero como las gemas estaban allí, brillando, mandó llamar a su hijo Scharkán y le hizo presente de una de ellas. Y Scharkán le preguntó qué iba a hacer con las otras dos gemas, y el rey le dijo: "Se las voy a dar, una a tu hermana la niña Nozhatú, y la segunda a tu hermanito Daul'makán".
Al oír estas palabras que le hablaban de su hermano Daul'makán, cuya existencia ignoraba por completo, quedó Scharkán desagradablemente sorprendido, pues sólo sabía el nacimiento de Nozhatú. Y volviéndose hacia el rey Omar Al-Nemán, le dijo: "¡Oh padre! ¿tienes otro hijo que no sea yo?" Y contestó el rey: "Ciertamente; un hermano gemelo de Nozhatú, que tiene seis años, hijos ambos de mi esclava Safía, hija del rey de Constantinia".
Entonces Scharkán, trastornado por aquella noticia, apretó las manos y se estrujó la ropa a causa del despecho, pero de todos modos se detuvo. Y exclamó: "¡Ojalá estén ambos bajo la protección de Alah el Altísimo!"
Y su padre que había notado su agitación y su despecho, le dijo: "¡Oh hijo mío! ¿Por qué te pones
así? ¿No sabes que la sucesión del trono te ha de corresponder a ti solo cuando yo muera? ¿No te he dado, en primer lugar, la más bella de las tres gemas, llena de maravillas?"
Pero Scharkán no se sintió en disposición de contestarle, y no queriendo contrariar ni apenar a su padre, salió del salón del trono con la cabeza baja. Y se dirigió hacia el aposento de Abriza; y Abriza se levantó en seguida para recibirle, y le dió las gracias por lo que había hecho por ella, y le rogó que se sentara a su lado. Después, al verle entristecido y con cara sombría, le dirigió tiernas preguntas. Y Scharkán le contó el motivo de su pena, y añadió: "Pero lo que más me preocupa, ¡oh Abriza! es que he sorprendido en mi padre intenciones nada dudosas respecto a ti, y he visto que sus ojos se encendían con el deseo de poseerte.
¿Qué dices a eso?" Y ella contestó: "¡Puedes tranquilizar tu alma, ¡oh Scharkán! pues tu padre no me poseerá como no sea muerta! ¿No le bastan sus trescientas sesenta mujeres y aun todas las otras, cuando así codicia mi virginidad, que no es para sus dientes? ¡Vive tranquilo, oh Scharkán y no te preocupes!"
Después mandó traer comida y licores, y ambos comieron y bebieron. Y Scharkán, que seguía con el alma apenada, marchó a su casa para dormir aquella noche. Esto en cuanto a Scharkán.
Pero en cuanto al rey Omar Al-Nemán, apenas salió Scharkán, se fué en busca de su esclava Safía, llevando en la mano las dos gemas preciosas, colgadas cada una de una cadena de oro. Y al verle entrar, Safía se puso de pie, y no se sentó hasta que se hubo sentado el rey. Y entonces se le acercaron los dos niños, Nozhatú y Daul'makán. Y el rey los besó, y les colgó al cuello a cada uno una de las preciosas gemas. Y los dos niños se alegraron mucho; y su madre deseó al rey prosperidades y dichas. Entonces el rey le dijo: "¡Oh Safía! eres la hija del rey Afridonios de Constantinia, y nunca me lo has dicho. ¿Por qué me lo has ocultado? Así no he podido tenerte las consideraciones debidas a tu categoría y realzarte en estimación y en honor!"
Y Safía le dijo: "¡Oh rey generoso! ¿y qué más podía anhelar después de cuanto te debo? ¡Me has colmado de dones y de favores, me has hecho madre de dos niños hermosos como la luna!"
Entonces el rey Omar Al-Nemán quedó encantadísimo de aquella respuesta, que encontró delicada y deliciosa, y llena de buen gusto y de cortesía. Y mandó dar a Safía un palacio mucho más bello que el primero, y aumentó considerablemente el tren de su casa y su consignación para gastos. Después volvió a su palacio para juzgar, y nombrar, y destituir, según costumbre.
Pero seguía con el espíritu y el corazón muy atormentados con el recuerdo de la joven reina Abriza. Así es que pasaba las noches en su aposento hablando con ella y dirigiéndole indirectas. Pero Abriza le daba siempre la misma contestación. "¡Oh rey del tiempo! no me inspiran deseos los hombres". Y esto contribuía a excitar y atormentar más al rey, que acabó por ponerse enfermo. Entonces mandó llamar a su visir Dandán, y le descubrió todo el amor que sentía su corazón por la admirable Abriza, el ningún resultado obtenido y su desesperanza de llegar a poseerla.
Cuando el visir oyó estas palabras, le dijo al rey: "He aquí mi plan: a la caída de la noche, coge un puñado de banj, narcótico seguro, e irás a buscar a Abriza. Y comenzarás a beber con ella, y le deslizarás en la copa unos terrones de banj. Y en cuanto caiga en la cama, serás su dueño; y podrás hacer con ella todo lo que te parezca a propósito para satisfacer tu deseo y calmar tus ardores. Y esta es mi idea". Y el rey contestó: "Verdad es que tu consejo es excelente, y el único realizable".
Entonces se levantó, y fué a uno de sus armarios; y sacó un puñado de banj tan puro y tan fuerte, que sólo el olor habría hecho dormir un año entero a un elefante. Se lo guardó en el bolsillo y esperó que llegase la noche. Entonces fué a buscar a la reina Abriza, que se levantó para recibirle, y no se sentó hasta que se sentó el rey y le dió permiso. Y se puso a comer con ella, y expresó el deseo de beber, y en seguida mandó ella traer bebidas en grandes copas de oro y cristal, y todos los accesorios, como frutas, almendras, avellanas, alfónsigos y lo demás.
Y ambos se pusieron a beber, hasta que la embriaguez empezó a perturbar la cabeza de Abriza. Al verlo, sacó el rey los terrones de banj y se los escondió en la mano. Después llenó una copa, se bebió la mitad, deslizó en ella el narcótico discretamente, y se la ofreció a la joven.
Y le dijo: "¡Oh regia joven! toma esta copa y bebe esta bebida de mi deseo". Y la reina Abriza, inconsciente, se la bebió risueña, y en seguida el mundo empezó a girar delante de sus ojos; y no tuvo tiempo más que para arrastrarse hasta su lecho, en que cayó pesadamente de espaldas, extendidos los brazos y separadas las piernas. Y dos grandes candelabros estaban colocados uno a la cabecera y otro a los pies de la cama.
Entonces el rey Omar Al-Nemán se aproximó a Abriza, y empezó por desatar los cordones de seda de su ancho pantalón, y no le dejó encima de la piel más que la fina camisa. Levantó el pañal de la camisa, y apareció debajo, entre los muslos, bien alumbrado por la luz de los candelabros, algo que le arrebató el espíritu y la razón. Pero tuvo fuerzas para reprimirse y quitarse también el ropón y los calzones. Y entonces pudo dejarse llevar libremente del extremado ardor que le impulsaba. Y echándose sobre aquel cuerpo juvenil, lo cubrió completamente. Pero ¡quién sabría medir todo lo que pasó entonces!
Y he aquí cómo desapareció y cómo se borró la virginidad de la joven reina Abriza.
Y el rey Omar Al-Nemán, apenas hizo aquello, se levantó y se fué a la habitación contigua en busca de la esclava preferida de Abriza, la fiel Grano de Coral, y le dijo: "¡Corre al aposento de tu ama, que te necesita!" Y Grano de Coral se apresuró a entrar en el aposento de su señora, y la encontró tendida y estropeada, con la camisa levantada, los muslos teñidos en sangre y la cara muy pálida. Y Grano de Coral comprendió que era muy urgente cuidarla. Y en seguida cogió un pañuelo, con el cual limpió delicadamente la cosa más honorable de su ama. Después cogió otro pañuelo, y le secó cuidadosamente el vientre y los muslos. En seguida le lavó la cara, las manos y los pies, y la roció con agua de rosas, y le lavó los labios y la boca con agua de azahar.
Entonces la reina Abriza abrió los ojos, y en seguida se incorporó. Y viendo a su esclava Grano de Coral, le dijo: "¡Grano de Coral! ¿qué me ha sucedido? He aquí que me siento desfallecer." Y Grano de Coral no pudo hacer más que contarle el estado en que la había encontrado, tendida de espaldas y filtrándosele la sangre por entre los muslos. Y Abriza comprendió entonces que el rey Omar Al-Nemán había satisfecho en ella sus deseos y que había consumado en ella la cosa irreparable. Y tan grande fué su dolor, que mandó a Grano de Coral que negase a todo el mundo la entrada en su aposento. Y le
encargó que cuando el rey Omar Al-Nemán fuese a visitarle, le dijese: "Mi ama está enferma y no puede recibir a nadie".
Y en cuanto lo supo el rey Omar Al-Nemán, empezó a enviarle todos los días esclavos cargados con grandes bandejas llenas de manjares y bebidas, y terrinas con frutas y confitería, y también tazones de porcelana con crema y dulces. Pero ella seguía encerrada en su aposento, hasta que un día notó que le crecía el vientre, que se dilataba su cintura y que seguramente estaba preñada. Entonces aumentó su desesperación y se oscureció el mundo ante sus ojos. Y no quiso escuchar a Grano de Coral, que intentaba consolarla. Después le dijo: "¡Oh Grano de Coral! yo sola tengo la culpa de verme en este estado, pues no obré bien al dejar a mi padre, a mi madre y a mi reino. ¡Y he aquí que ahora siento asco de mí misma y de la vida! ¡Y se ha desvanecido mi valor y se ha acabado mi fuerza!
Con mi virginidad he perdido toda mi energía, pues mi preñez me incapacita para resistir el choque de un niño. ¡Y ni siquiera podría llevar las riendas de mi corcel, yo que antes me sentía llena de entusiasmo y de vigor! ¿Y qué haré ahora? Si llego a parir en palacio, seré motivo de irrisión para todas las musulmanas, que sabrán cómo he perdido mi virginidad. Y si vuelvo a casa de mi padre, ¿con qué cara me atreveré a mirarle? ¡Oh! ¡Cuán verdaderas son estas palabras del poeta!
¡Amigo! ¡Sabe muy bien que en la desgracia no encontrarás ya ni parientes, ni patria, ni casa que te brinde hospitalidad!
Entonces Grano de Coral le dijo: "¡Oh dueña mía! soy tu esclava, y estoy completamente bajo tu obediencia. ¡Mándame!" Y la reina respondió: "Entonces, ¡oh Grano de Coral! escucha bien lo que voy
a decirte. Es absolutamente necesario que yo salga de aquí sin que nadie se entere. Quiero volver, a pesar de todo, a casa de mi padre y de mi madre, porque si el cadáver llega a oler, lo han de aguantar los suyos. Y yo no soy más que un cuerpo sin vida.
Y después de esto sucederá lo que el Señor disponga". Y Grano de Coral contestó: "¡Oh reina! tu plan es el mejor de todos los planes". Y desde aquel momento se dedicaron secretamente a los preparativos de la marcha. Y hubieron de esperar ocasión favorable, que se presentó pronto, y fué la marcha del rey para la caza y la salida de Scharkán para las fronteras del imperio, en donde tenía que inspeccionar las fortalezas. Pero durante este retraso, se aproximaba el día del parto, y Abriza dijo a Grano de Coral: "¡Es indispensable que partamos esta misma noche! Nada podemos hacer contra el Destino, que me ha marcado en la frente y que ha señalado mi parto para dentro de tres o cuatro días. Vámonos, pues todo lo prefiero a parir en este palacio. Y has de buscar un hombre que se avenga a acompañarnos en este viaje, pues yo no tengo fuerzas ni para sostener el arma más ligera".
Y Grano de Coral contestó: "¡Oh ama mía! Sólo sé de un hombre capaz de acompañarnos y defendernos, y es el negro Moroso, uno de los esclavos más corpulentos del rey Omar Al-Nemán. Le he hecho muchos favores, y además me ha dicho que en otros tiempos fué bandolero y salteador de caminos. Y como es el guardián de la puerta de palacio, iré a buscarle, le daré oro, y le diré que en cuanto lleguemos a nuestro país le proporcionaremos una buena boda con la griega más linda de Kaissaria".
Entonces Abriza exclamó: "¡Oh Grano de Coral! tráemelo aquí, pero no le digas nada, que yo misma le hablaré".
En seguida Grano de Coral fué en busca del negro, y le dijo: "¡Oh Moroso! he aquí que ha llegado el día de tu suerte. Y para eso te bastará hacer todo lo que te pida mi ama. ¡Ven, pues!" Y cogiéndole de la mano; lo guió a la habitación de la reina Abriza.
Y el negro Moroso, apenas vió a la reina, se adelantó y besó la tierra entre sus manos. Y ella notó que lo rechazaba su corazón y que su aspecto le desagradaba grandemente. Pero dijo para sí: "¡La necesidad hace ley!"
Y a pesar de todo el horror que sentía, le habló de este modo: "¡Oh Moroso! ¿eres capaz de ayudarnos en las contrariedades del tiempo y de auxiliarnos en nuestros infortunios? Si te revelara mi secreto, ¿serías bastante prudente para no divulgarlo?"
Y el negro Moroso, que al ver a Abriza había sentido inflamarse su corazón, dijo: "¡Oh mi señora! haré todo lo que me mandes". Y Abriza dispuso: "En ese caso, te pido que nos prepares en seguida dos
caballos para nosotras y dos mulas para llevar nuestro equipaje. Y que nos hagas salir de aquí a mí y a esta esclava, Grano de Coral. Y te prometo que en cuanto lleguemos a mi país te casaré con la griega más hermosa que tú elijas. Y te colmaremos de oro y riquezas. Y si deseas volver a tu tierra, te mandaremos, colmado de dones y beneficios".
Al oír el negro estas palabras, se dilató su pecho de un modo considerable, y exclamó: "¡Oh ama mía! os serviré con mis dos ojos. ¡Voy a preparar las cabalgaduras y todo lo que haga falta!" Y salió en seguida. Y el negro pensaba: "¡Qué suerte la mía! ¡Voy a gozar y a deleitarme con la carne de esas dos lunas! ¡Y si alguna me rechazara, la mataré! ¡Y les robaré todas sus riquezas!" Y resuelto a obrar de este modo, hizo todos los preparativos necesarios. Y a pesar del estado de la reina Abriza, los tres pudieron salir sin que los vieran.
Pero la reina Abriza, que ya padecía los dolores del parto, se vió obligada a interrumpir el viaje al cuarto día. Y como no pudiese aguantar más, dijo al negro: "¡Oh Moroso! ayúdame a apearme, porque mis dolores me anuncian que esto ya llega al fin". Y dijo a Grano de Coral: "¡Oh Grano de Coral! bájate del caballo y ven a ayudarme".
Pero cuando los tres se hubieron apeado, el negro Moroso, al ver los encantos de la reina, llegó al límite de la excitación, y su herramienta se enderezó terriblemente, y le levantaba el ropón. Entonces, como ya no pudiese sujetarle, la sacó al aire y se acercó a la joven, que estuvo a punto de desmayarse de indignación y de horror. Y le dijo: "¡Oh señora mía! por favor, déjame poseerte".
En este momento Schehrazada vió aparecer la mañana y, discreta como siempre, dejó la continuación del relato para el otro día.
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