PERO CUANDO LLEGO LA 52ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el horrible negro dijo a la reina: "¡Oh señora mía! por favor, déjame poseerte".
Y la reina, indignada, contestó: "¡Oh negro, hijo de negro, hijo de esclavos! ¿Te atreves a exhibirte de ese modo? ¡Qué desesperación verme sin defensa, en manos del último de los esclavos negros! ¡Miserable! ¡ Que el Señor me ayude a salir del estado en que me encuentro, y a curar mis dolencias femeniles que me tienen impotente, y castigaré tu insolencia con mis propias manos! ¡Antes que dejarme tocar por ti, preferiría matarme y acabar con mis padecimientos!"
Y recitó estas estrofas:
¡Oh tú, que no cesas de perseguirme! ¿Cuándo acabarás? Bastante he gustado la amargura de las pruebas a que me ha sometido mi suerte. Confío en que el Señor me libertará de las bestias violadoras.
¿Por qué persistes? ¿No te he dicho que siento horror hacia el libertinaje? ¡Cesa de mirar con la avidez de esos ojos de hambriento miserable!
Y no esperes tocarme, como antes me cortes en pedazos con el filo de tu alfanje, de hoja templada en el Yemen.
¡Y no olvides que soy una de las más puras, una de las más nobles y una de las más sublimes de sangre! ¿Cómo te atreves, ¡oh insolente esclavo! a levantar los ojos hacia mí, cuando estás lejos de pertenecer a una raza elevada y exquisita?
Cuando el negro Moroso hubo oído estos versos, su cara se congestionó de odio, sus facciones se agitaron convulsivamente, sus narices se hincharon, sus gruesos labios se contrajeron, y todo su ser trepidó de furor. Y recitó estas estrofas:
¡Oh mujer! ¡No me rechaces así, pues soy víctima de tu amor, y me han matado tus miradas triunfantes! ¡Mi corazón está hecho pedazos esperándote! ¡Mi cuerpo está completamente extenuado, lo mismo que la paciencia que hasta ahora tuve!
Tu voz, sólo con oírla, me cautiva. Y mientras me mata el deseo, noto que se ha eclipsado mi razón.
Pero te advierto, ¡oh implacable! que aunque cubrieses toda la tierra de soldados y defensores, yo sabría alcanzar el término de mis deseos. Yo sabría beber el agua de que estoy privado, el agua que apagará mi sed.
Al oír estos versos, Abriza, que lloraba de ira, exclamó: "¡Indecente esclavo! ¡Oh perro maldito! ¿Crees que son iguales todas las mujeres? ¿Te atreves a seguir hablándome de ese modo?" Y el negro, viendo que Abriza lo rechazaba en absoluto, ya no pudo reprimir su furor. Y precipitándose sobre ella, con el alfanje en la mano, la cogió por el pelo, y le atravesó el cuerpo de una estocada. Y a manos de aquel negro murió de tal manera la reina Abriza.
Entonces el negro Moroso se apresuró a apoderarse de los mulos, cargados con las riquezas y con los bienes de Abriza, y llevándoselos por delante, huyó rápidamente hacia las montañas.
En cuanto a la reina Abriza, al expirar, había parido un hijo entre las manos de la fiel Grano de Coral, que, en su dolor, se había cubierto de polvo la cabeza, y se desgarraba las ropas, y se golpeaba las mejillas, hasta hacer brotar sangre. Y exclamaba: "¡Oh mi infortunada señora! ¿Cómo, tú, la guerrera, la valerosa, has acabado de esta manera a los golpes de un miserable esclavo negro?"
Pero apenas Grano de Coral había dejado de lamentarse, vió una nube de polvo que cubría el cielo y que se acercaba rápidamente. Y de pronto, esta nube se disipó. Y aparecieron soldados y jinetes, todos vestidos al estilo de Kaissaria. Y era, en efecto, el ejército del rey Hardobios, padre de Abrizia. Porque había sabido la huída de Abriza, y había reunido sus tropas. Y tomando el mando, se había puesto en camino para Bagdad; y así llegó al lugar en que acababa de sucumbir su hija.
Y al ver el cuerpo ensangrentado, el rey se tiró del caballo, y abrazándose al cadáver se desmayó. Y Grano de Coral empezó a llorar y a lamentarse con mayor pena.
Después, cuando el rey volvió en sí, le contó toda la historia, y le dijo: "¡El que ha matado a tu hija es uno de los negros del rey Omar Al-Nemán, ese rey lleno de lubricidad que ha hecho lo que ha hecho con tu hija!" Y el rey Hardobios, al oír estas palabras, vió que todo el mundo se oscurecía, y resolvió tomar una venganza terrible. Pero se apresuró a pedir una litera, en la cual colocó el cuerpo de su hija. Y tuvo que volver a Kaissaria, para los deberes de la inhumación y los funerales.
Cuando el rey Hardobios,llegó a Kaissaria, entró en su palacio y mandó llamar a su nodriza, la Madre de todas las Calamidades, y le dijo: "¡He aquí lo que han hecho los musulmanes con mi hija! !El rey le ha arrebatado la virginidad, y un esclavo negro, no pudiendo forzarla, la ha matado! Y de ella ha nacido esa criatura que cuida Grano de Coral. ¡Pero juro por el Mesías que he de vengarla y he de lavar el oprobio con que me han cubierto! De no ser así, preferiría matarme con mis propias manos". Y se echó a llorar lágrimas de furor.
Entonces la Madre de todas las Calamidades le dijo: "No te preocupes, ¡oh rey! en cuanto a la venganza; yo sola haré expiar sus crímenes a ese musulmán. Porque lo mataré a él y a sus hijos, y de una manera que servirá de asunto durante mucho tiempo para las historias que se cuenten en lo futuro en todas las comarcas de la tierra. Pero es necesario que escuches bien lo que voy a decirte, y lo ejecutes fielmente.
Helo aquí: Hay que llamar a tu palacio a las cinco jóvenes más bellas de Kaissaria, las de los pechos más hermosos y de virginidad intacta. Y hay que llamar, al mismo tiempo, a los sabios más ilustres y a los literatos más famosos de las comarcas musulmanas que confinan con tu reino. Y darás orden a esos sabios musulmanes de que eduquen a las jóvenes según su método. Y les enseñarán también la ley musulmana, la historia de los árabes, los anales de los califas y todos los hechos de los reyes musulmanes. Además, les enseñarán la cortesía, la manera de hablar y el arte de comportarse con los reyes, el modo de hacerles compañía sirviéndoles de beber, y aprenderán también los versos más hermosos, el modo más agradable de recitarlos, la manera de componer los poemas y los discursos, así como el arte de las canciones. Y es necesario que esta educación sea completa, aunque tenga que durar diez años; porque hemos de tener paciencia, como la tienen los árabes del desierto, que dicen:
"La venganza se puede realizar, aunque hayan transcurrido cuarenta años".
Por que la venganza que yo preparo no es realizable más que por medio de la educación completa de esas jóvenes; y para convencerte, te diré que la gran afición de ese rey musulmán es la de copular con sus esclavas, de las cuales tiene ya trescientas sesenta, además de las cien amazonas que allí ha dejado nuestra reina Abriza, y de los regalos de mujeres que le llevan como tributo de todas las costas. De modo que lo haré perecer por su incorregible afición.
Al oír estas palabras, se alegró el rey Hardobios hasta el límite de la alegría, y besó la cabeza de la Madre de todas las Calamidades, y mandó que se llamase inmediatamente a los sabios musulmanes y a las jóvenes de pechos redondos e intacta virginidad.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
Ella dijo:
He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el horrible negro dijo a la reina: "¡Oh señora mía! por favor, déjame poseerte".
Y la reina, indignada, contestó: "¡Oh negro, hijo de negro, hijo de esclavos! ¿Te atreves a exhibirte de ese modo? ¡Qué desesperación verme sin defensa, en manos del último de los esclavos negros! ¡Miserable! ¡ Que el Señor me ayude a salir del estado en que me encuentro, y a curar mis dolencias femeniles que me tienen impotente, y castigaré tu insolencia con mis propias manos! ¡Antes que dejarme tocar por ti, preferiría matarme y acabar con mis padecimientos!"
Y recitó estas estrofas:
¡Oh tú, que no cesas de perseguirme! ¿Cuándo acabarás? Bastante he gustado la amargura de las pruebas a que me ha sometido mi suerte. Confío en que el Señor me libertará de las bestias violadoras.
¿Por qué persistes? ¿No te he dicho que siento horror hacia el libertinaje? ¡Cesa de mirar con la avidez de esos ojos de hambriento miserable!
Y no esperes tocarme, como antes me cortes en pedazos con el filo de tu alfanje, de hoja templada en el Yemen.
¡Y no olvides que soy una de las más puras, una de las más nobles y una de las más sublimes de sangre! ¿Cómo te atreves, ¡oh insolente esclavo! a levantar los ojos hacia mí, cuando estás lejos de pertenecer a una raza elevada y exquisita?
Cuando el negro Moroso hubo oído estos versos, su cara se congestionó de odio, sus facciones se agitaron convulsivamente, sus narices se hincharon, sus gruesos labios se contrajeron, y todo su ser trepidó de furor. Y recitó estas estrofas:
¡Oh mujer! ¡No me rechaces así, pues soy víctima de tu amor, y me han matado tus miradas triunfantes! ¡Mi corazón está hecho pedazos esperándote! ¡Mi cuerpo está completamente extenuado, lo mismo que la paciencia que hasta ahora tuve!
Tu voz, sólo con oírla, me cautiva. Y mientras me mata el deseo, noto que se ha eclipsado mi razón.
Pero te advierto, ¡oh implacable! que aunque cubrieses toda la tierra de soldados y defensores, yo sabría alcanzar el término de mis deseos. Yo sabría beber el agua de que estoy privado, el agua que apagará mi sed.
Al oír estos versos, Abriza, que lloraba de ira, exclamó: "¡Indecente esclavo! ¡Oh perro maldito! ¿Crees que son iguales todas las mujeres? ¿Te atreves a seguir hablándome de ese modo?" Y el negro, viendo que Abriza lo rechazaba en absoluto, ya no pudo reprimir su furor. Y precipitándose sobre ella, con el alfanje en la mano, la cogió por el pelo, y le atravesó el cuerpo de una estocada. Y a manos de aquel negro murió de tal manera la reina Abriza.
Entonces el negro Moroso se apresuró a apoderarse de los mulos, cargados con las riquezas y con los bienes de Abriza, y llevándoselos por delante, huyó rápidamente hacia las montañas.
En cuanto a la reina Abriza, al expirar, había parido un hijo entre las manos de la fiel Grano de Coral, que, en su dolor, se había cubierto de polvo la cabeza, y se desgarraba las ropas, y se golpeaba las mejillas, hasta hacer brotar sangre. Y exclamaba: "¡Oh mi infortunada señora! ¿Cómo, tú, la guerrera, la valerosa, has acabado de esta manera a los golpes de un miserable esclavo negro?"
Pero apenas Grano de Coral había dejado de lamentarse, vió una nube de polvo que cubría el cielo y que se acercaba rápidamente. Y de pronto, esta nube se disipó. Y aparecieron soldados y jinetes, todos vestidos al estilo de Kaissaria. Y era, en efecto, el ejército del rey Hardobios, padre de Abrizia. Porque había sabido la huída de Abriza, y había reunido sus tropas. Y tomando el mando, se había puesto en camino para Bagdad; y así llegó al lugar en que acababa de sucumbir su hija.
Y al ver el cuerpo ensangrentado, el rey se tiró del caballo, y abrazándose al cadáver se desmayó. Y Grano de Coral empezó a llorar y a lamentarse con mayor pena.
Después, cuando el rey volvió en sí, le contó toda la historia, y le dijo: "¡El que ha matado a tu hija es uno de los negros del rey Omar Al-Nemán, ese rey lleno de lubricidad que ha hecho lo que ha hecho con tu hija!" Y el rey Hardobios, al oír estas palabras, vió que todo el mundo se oscurecía, y resolvió tomar una venganza terrible. Pero se apresuró a pedir una litera, en la cual colocó el cuerpo de su hija. Y tuvo que volver a Kaissaria, para los deberes de la inhumación y los funerales.
Cuando el rey Hardobios,llegó a Kaissaria, entró en su palacio y mandó llamar a su nodriza, la Madre de todas las Calamidades, y le dijo: "¡He aquí lo que han hecho los musulmanes con mi hija! !El rey le ha arrebatado la virginidad, y un esclavo negro, no pudiendo forzarla, la ha matado! Y de ella ha nacido esa criatura que cuida Grano de Coral. ¡Pero juro por el Mesías que he de vengarla y he de lavar el oprobio con que me han cubierto! De no ser así, preferiría matarme con mis propias manos". Y se echó a llorar lágrimas de furor.
Entonces la Madre de todas las Calamidades le dijo: "No te preocupes, ¡oh rey! en cuanto a la venganza; yo sola haré expiar sus crímenes a ese musulmán. Porque lo mataré a él y a sus hijos, y de una manera que servirá de asunto durante mucho tiempo para las historias que se cuenten en lo futuro en todas las comarcas de la tierra. Pero es necesario que escuches bien lo que voy a decirte, y lo ejecutes fielmente.
Helo aquí: Hay que llamar a tu palacio a las cinco jóvenes más bellas de Kaissaria, las de los pechos más hermosos y de virginidad intacta. Y hay que llamar, al mismo tiempo, a los sabios más ilustres y a los literatos más famosos de las comarcas musulmanas que confinan con tu reino. Y darás orden a esos sabios musulmanes de que eduquen a las jóvenes según su método. Y les enseñarán también la ley musulmana, la historia de los árabes, los anales de los califas y todos los hechos de los reyes musulmanes. Además, les enseñarán la cortesía, la manera de hablar y el arte de comportarse con los reyes, el modo de hacerles compañía sirviéndoles de beber, y aprenderán también los versos más hermosos, el modo más agradable de recitarlos, la manera de componer los poemas y los discursos, así como el arte de las canciones. Y es necesario que esta educación sea completa, aunque tenga que durar diez años; porque hemos de tener paciencia, como la tienen los árabes del desierto, que dicen:
"La venganza se puede realizar, aunque hayan transcurrido cuarenta años".
Por que la venganza que yo preparo no es realizable más que por medio de la educación completa de esas jóvenes; y para convencerte, te diré que la gran afición de ese rey musulmán es la de copular con sus esclavas, de las cuales tiene ya trescientas sesenta, además de las cien amazonas que allí ha dejado nuestra reina Abriza, y de los regalos de mujeres que le llevan como tributo de todas las costas. De modo que lo haré perecer por su incorregible afición.
Al oír estas palabras, se alegró el rey Hardobios hasta el límite de la alegría, y besó la cabeza de la Madre de todas las Calamidades, y mandó que se llamase inmediatamente a los sabios musulmanes y a las jóvenes de pechos redondos e intacta virginidad.
En este momento de su narración, Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
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